Si no me quieres
puedes irte a plutón
o ahogarte en el Mar Muerto,
donde ni los peces te acompañen
y la sal te coma la piel.
Disolver tu corazón en veneno,
o amputarte a tijeretazos
esos ojos tan bonitos,
risotones que tienes
y que jamás dieron el viaje espacial
a torpecientos años luz
para mirarme a tu lado.
Si gustas puedes morir
en los brazos amparadores
de lumias infernales
pero bucólicas
de largas piernas de araña
y voces gimientes de alondra.
Puedes, si no me quieres,
quién te lo impide,
hacer que tus pies,
tan hacendosos,
lleven tu torso, tus piernas
y tu cabezota tan rumiante,
tan pensante
que capta todo sarcasmo,
al borde de increíbles
vertiginosos
profundos
muy profundos precipicios.
Puedes olvidarte de saltar,
pero, no, no te olvides.
Y si gustas,
puedes comer un millón de vacas
y mil doscientos treinta kilos de helado
de limón y frutilla,
y dulces de enamoradas,
hasta que el colesterol haga lo que yo no pude
y te pare el corazón.
Y no es que esté resentida,
pero si no me quieres
puedes lograr
(y hete aquí, cuán poderoso sos)
que escriba un poema
en el que mueras
en el mar muerto
o envenenado
o en los brazos de seis putas y media
o sin ojos pero con la boca llena de gusanos
en el fondo de un precipicio.
Y mirá que no estoy enojada,
pero en resumen
sin pompa o literatura,
(porque sé que no te va la poesía)
(y sin ofender a tu madre, dulce mujer,
mandale saludos,)
voy a decirte muy sinceramente
que si no me quieres
puedes irte en bici, auto, a pie o en camioneta,
a la reputísima que te parió
y me traigas regalito si vuelves.